A contratiempo.

Los doctores le dieron tres semanas de vida, pero Jason y su familia confían en que Dios le dará mucho tiempo más.

Maritza Lizeth Félix

 

“Va a haber un milagro, yo lo sé, nosotras lo sabemos”, expresó Beatriz Delgado  mientras se secaba las lágrimas con su sudadera. Trató de hacerse la fuerte incluso cuando su hijo no la estaba viendo. Ella y su hermana, Rosa Rivera, se volteaban a ver y elevaban la mirada tratando de contener el llanto. Saben que la medicina no puede hacer más por Jason y todo está en la voluntad de Dios.

Beatriz siente que se le hace un nudo en la garganta cuando habla de su hijo. Las incontables noches en los hospitales, en las salas de emergencia, desveladas en casa junto a la cama de su “bebé”, no la han preparado para el desenlace. Quizá ningún padre esté preparado para la idea de enterrar a su retoño. No es el único, tiene tres más, pero quizá por él siente un cariño más especial. La enfermedad y la desgracia; el desafío de la vida los ha unido.

Jason tiene 12 años y los doctores le pronosticaron tres semanas de vida. Según los médicos, el tiempo se le terminará esta semana o la próxima. Pero Jason ya ha logrado superar otras batallas y las mujeres que tanto lo adoran confían en que habrá un milagro.

En el 2008, el niño fue diagnosticado con Rabdomiosarcoma, un tumor canceroso maligno que se le incrustó en los huesos y le carcomió la pierna derecha, por lo que a pesar de la quimioterapia y las radiaciones se la tuvieron que amputar.

“La primera vez le encontraron el cáncer porque decía que algo le quemaba en la pierna y le encontraron el tumor, y como no se lo pudieron quitar, tuvieron que amputarle la pierna”, relató la mamá.

“Y los doctores nos dijeron que todo estaba bien y seguimos yendo a las consultas y el 6 de abril nos dijeron que le volvió a salir el cáncer, pero esta vez en la cabeza y en el páncreas, y que ya no hay nada que puedan hacer por él, que le quedaban ya nada más tres semanas”, dijo Beatriz.

El pequeño está en casa pasando lo que según los médicos del Phoenix Children’s Hospital son sus últimos días. Recibe atención de Hospice of The Valley y en sus días buenos sigue yendo a la escuela como un niño sano. Hay noches que no puede dormir, pero hay días en los que no siente dolor y juega con sus tres hermanitos como si nada pasara.

Jason aún sueña con crecer y cumplir más años, pero el dolor del tumor de 10 centímetros en la cabeza le recuerda que el cáncer puede convertirse en una pesadilla.

Su mamá y su tía le dan remedios naturales buscando una cura que alargue su estancia en este mundo, aunque están preparadas –dentro de lo que cabe- para despedirlo si le toca adelantarse en el camino.

“Le estamos dando remedios alternativos como la toxina del alacrán azul y las pastillas del café orgánico, las células madre, lo que encontramos, porque de todas formas los doctores no le dan ninguna esperanza y nosotros con los remedios caseros lo estamos viendo mejor, le estamos buscando por otro lado”, contó la tía.

“Él es fuerte, el es un niño muy fuerte”, manifestó Rosa… y también soltó el llanto. No puede evadir lo inevitable. Sus manos tiemblan cuando habla de su sobrino. Es casi como su hijo; ella se convirtió en el apoyo de su hermana que ha tenido que batallar como madre soltera, mujer abandonada y trabajadora indocumentada; demasiados retos para una persona que no se ha dejado quebrar y sigue sonriendo frente a un hijo al que le dijeron los doctores que tendrá que enterrar muy pronto. Rosa se ha convertido en el pilar de Beatriz y juntas han salido adelante, por ellas, por Jason, por los demás.

 

La esperanza

Y mientras ellas tratan de aparentar aplomo frente al niño, Jason enfrenta su destino con fortaleza y fe. Solo una vez se dejó caer, solo una vez preguntó “¿por qué a mí?, ¿qué hice yo?”.

“Él lo sabe todo… lloró mucho y dijo que no quería que eso pasara, dijo que no quería morirse, y yo lo abracé y le dije que todo iba a estar bien, que con la ayuda de Dios todo iba a estar bien”, insistió la mamá.

Por eso el fin de semana pasado Jason se vistió de blanco e hizo su Primera Comunión. Se preparó para recibir a Dios, ya que tal vez le tocaría ir a visitarlo muy pronto.

En la ceremonia lo acompañó su abuelita que viajó desde el sur de México para estar con él. A ella le dieron una visa humanitaria solo por una semana por no ser “una familiar directa”; pero está luchando para quedarse más tiempo. Ella está aquí para acompañarlo en sus últimos días, que pueden ser muchos o pocos, y el pequeño quiere que lo cobije el tiempo que sea necesario. Las autoridades de inmigración ya están revisando su caso. En tiempos de dificultad, les han dicho los doctores a Rosa y a Beatriz, que los mimos de la familia ayudan y eso es lo que quieren.

Esas dos mujeres, en especial la madre que apenas y puede hablar, aunque insiste que ya no llora tanto como al principio porque “se le están acabando las lágrimas” o “quizá está encontrando resignación”, no hay perdido la fe. Tratan de que los últimos días de Jason sean tan inolvidables para él como para ellas, aunque confían en que Dios les dará la sorpresa o el consuelo, aunque sus corazones les dicen que será lo primero.

“Pasará un milagro… Dios me dará un milagro para mi niño”.

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